HEFNER: LO QUE ESTÁBAMOS DESTINADOS A SER

4 de mayo de 2012

 

The Fidelity Wars
(Too Pure, 1999)


A finales de los noventas, “indie” aún podía considerarse un status preciado. Es decir, era una tendencia creciente respecto a mantener distancia con el lugar común de los medios. Pero no era mucho más que eso. Ya comenzaba a importar más de dónde venía, y cuán pocos sabían de esos grupos que se consumían, antes que si sonaban bien o no. En los días cercanos al fin del siglo pasado, muchos de nosotros conocimos (cuando no padecimos de) tal personalidad segmentaria que, llegado el momento, cuestionaba incluso nuestra capacidad de socializar con el resto. Digamos, algo como esto:

How Can She Love Me If She Doesn’t Even Love The Cinema That I Love”.

Anécdotas en donde la chica que te quitaba el sueño en la época prefirió poner un disco de nü metal local en vez de tu grupo shoegazing del momento, haciendo añicos la imagen de Dulcinea pop que te habías hecho de ella, no eran raras esos días. Así degeneró una estética que, en lo referente a la música, brindó pasajes memorables para nuestros oídos.

Hefner llega a mi espacio vital por culpa de un buen amigo que, como tú o como yo, jamás tuvo el empuje para mandarse con esa chica, y regresaba a casa lamentándose de cada oportunidad perdida, con el mejor mixtape que tuviese en el walkman (o discman) en ese rato. Valgan verdades, jamás asocié al cuarteto británico a la horda indie. Tampoco me sonaban a una suerte de brit pop tardío ni mucho menos. Hefner fue lo más pop con guitarras que se te pueda ocurrir mientras lees esto, fue un grupo que cantaba canciones de desamor, con el vigor de un descorazonado, con los huevos que te faltaban para decirle que te gustaba, aunque sea solamente para que lo supiera, no más.

Pero siendo estrictos, más que un amor no concretado, The Fidelity Wars es el disco de un amor finiquitado. Darren Hayman canta sobre un rompimiento, sobre un hasta aquí no más, un ya-fue-ya. Puedo entender por qué a la muchachada indie, la que paraba más enamoradiza que realmente EN una relación, TFW le impactó como matamoscas golpeándole contra el vidrio. El CD puede haber salvado vidas, pero también desencajado muchas. Una experiencia sólo apreciable dándole play.


Unos rasgueos con las cuerdas, un conteo hasta 4, y comienza “The Hymn For The Cigarettes”. Creo que es de lo mejor que se ha hecho en esa década. La canción se desenvuelve en una progresión sónica que está muy bien calculada y ejecutada. “I Don’t Want To Stay In Love”. Recuerdo la primera vez que logré escucharla. La sentí como un triunfo. Pírrico. Efímero. Disfrutable plenamente en los casi 4 minutos que dura, durante los cuales te has hecho de un poder tal, que lo sientes inmerecido. Cuando llega ese final en seco, ¡plaf! duele volver a la realidad. Algo así como si Israel clasificara al Mundial jugando la eliminatoria en Europa. Como cuando te dice que eres un gran amigo. ¿Quién quiere escuchar eso de esa chica?

Al menos en sus cinco primeros números, TFW atrapa todos tus sentidos. Es imposible no prestarle atención a los detalles de la pluma de Hayman -algo inusual, más allá de su notable lírica, teniendo en cuenta que su voz (que no lo que canta) tal vez pueda resultar irritante. Pasando del lamento de “May God Protect Your Home” (“I'm Tired Of Boys Who Fight With Girls And Stain Their Sheets”) a otra joyita confesional como “I Took Her Love For Granted”, queda claro que las letras de Hayman están en un nivel admirable (“Can’t Feel Disappointed When Her Hips Are That Wide But I Still Feel Lonely And Screwed Up Inside/And The Taste Of Her Tongue, It Makes Me Wish I’d Given Up Smoking”). La banda se entiende perfectamente, ya sea comenzando las canciones con una línea de bajo que sirve de cama para coros tan tontos como inolvidables (“I Feel Beautiful When She Says I Am Beautiful/But She’s More Beautiful”), o con el clásico tum-tum-pak de batería (“The Weight Of The Stars”) para narrar una de esas noches donde ligas por ahí y vives para contarlo. Pop crudo, directo a la vena, hablándote de lo que conoces.

Volvamos a la voz. Hayman no canta de manera disforzada. No es una pataleta lo que se le escucha en “May God Protect Your Home”. Es su corazón en carne viva. Y el falsetto de “We Were Meant To Be” te corta un poquito el alma cada vez que lo escuchas sollozar eso de “You Belong To Me-e”, estirando esa última sílaba hasta moverte el piso en escala Richter 12 de intensidad. Ahí nomás, llegas a “Fat Kelly’s Teeth”, la típica (¿?) historia sobre un chico que se embriaga, conoce otra chica, se la lleva a casa, y pasa lo que pasa, antes de la decepción que sobreviene a la sobriedad; una preciosura de letra sobre la infidelidad (“And What Was I Thinking Of When I Went Home With Her/She Had Sympathy, She Had Cigarettes/Now They've All Disappeared/Between Her Teeth, Between Her Teeth”).


El cierre del disco es impresionante y, hay que decirlo, valiente: “Don’t Flake Out On Me” (sublime dúo con Gina Birch, legendaria bajista del combo post punk The Raincoats) y “I Love Only You”. Hayman dice lo que siempre has pensado y no se te ocurría cómo. Dice que el sexo, en algún punto de tus veintes-casi-treintas, es aburrido; que sí, Helen, lo has hecho mierda, pero igual, no hay nadie más para él que tú, entiéndelo.


Eventualmente, la banda se separaría al cabo de unos años, dando paso a Ant y otros proyectos entretenidos, pero la entereza de Hefner no ha tenido parangón luego de éste su segundo disco (más abajo su reedición del 2008, 40 canciones en formato digipack). TFW entrega desde la portada un mensaje que, a quienes andábamos con la sensibilidad y las hormonas demasiado alteradas en la época, nos daba duro en nuestras debilidades y vulnerabilidades. Darren puede ser el tipo que la piensa mucho, o aquel que no lo pensó bien después de todo. Es un tipo que terminó con su chica, y sólo sabe expiarlo componiendo las mejores canciones que pudo. Gracias, Mr. Hayman. Y a ti también, Helen. Lo justo.

Cristhian Manzanares


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