EL NOMBRE DE LA ROSA, DE UMBERTO ECO: LA MORTAL SEDUCCIÓN DE UN LENGUAJE PROHIBIDO

13 de abril de 2012

 

No es novedad afirmar que la naturaleza del Hombre es proclive a adquirir un conocimiento sistemático de sí mismo y del mundo que le rodea. Ya en la antigua Grecia, algunos filósofos solían preconizar esta verdad irrefutable. De allí el afán de ciertas instituciones políticas y sociales por ocultar la sabiduría milenaria, para poder manipularla a su antojo e imponer forzadamente cualquier tipo de ideologías. Éstas han pretendido hacer prevalecer sus valores, arruinando así la esencia del ser humano al abrumarle de miedo, culpa, ignorancia y obediencia del rebaño.

Afortunadamente, esta inmundicia generalizada se está derrumbando y parece tener los días contados. Mientras más gente vaya “despertando”, el telón irá cayendo, y la farsa y la pesadilla de miles de años de oscuridad llegarán a su fin. Para ampliar un poco más este panorama, hacemos un breve recuento de la vida del notable semiólogo Umberto Eco, y su magistral novela de misterio El Nombre De La Rosa.

ENTRE SIGNOS Y SÍMBOLOS

Umberto Eco nació el 5 de enero de 1932 en Turín (Italia). Su padre era contador antes de la Segunda Guerra Mundial. Desencadenada la conflagración, Eco padre fue llamado a hacer servicio militar obligatorio. Al poco tiempo, Umberto y su madre se mudaron a un pequeño poblado piamontés, donde recibió educación salesiana. En 1954 obtuvo un doctorado en Filosofía y Letras de la Universidad de Turín. Su tesis -publicada dos años más tarde- llevó el título de El Problema Estético En Santo Tomás De Aquino. Trabajó como profesor en las universidades de Turín y Florencia. En 1966, recibe la cátedra de Comunicación Visual en la Universidad de Florencia. Durante esos años, publicó sus estudios de semiótica Obra Abierta (1962) y La Estructura Ausente (1968), ambos de carácter ecléctico. Desde 1971, enseña Semiótica en la Universidad de Bolonia.

Eco empezó a publicar sus obras narrativas a edad madura. En 1980, se consagró como narrador con El Nombre De La Rosa, novela histórica y culturalista susceptible de múltiples lecturas. Escribió además novelas como El Péndulo De Foucault (1988) -fábula sobre una conspiración secreta de sabios en torno a temas esotéricos-, La Isla Del Día Antes (1994) -parábola kafkiana sobre la incertidumbre y la necesidad de nuevas respuestas-, Baudolino (2000) -relato picaresco ambientado en la Edad Media- y sus últimas obras: La Misteriosa Llama De La Reina Loana (2004) y El Cementerio De Praga (2010).

Umberto Eco también ha cultivado otros géneros como el ensayo, destacando notablemente en este rubro títulos como Diario Mínimo (1963) y Apocalípticos E Integrados Ante La Cultura De Masas (1965). En el 2000 recibió el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. Es caballero de la Legión de Honor Francesa, miembro del Foro de Sabios de la Mesa del Consejo Ejecutivo de la UNESCO, y Doctor Honoris Causa en treinta y ocho universidades de todo el mundo. Su producción escrita versa, principalmente, sobre las áreas de semiótica, lingüística, estética y moralidad. Es un admirador confeso de Jorge Luis Borges, sobre el que ha escrito varios textos. Infatigable defensor del cómic, Eco se declara fervoroso admirador de todo lo relacionado con la cultura popular, como la televisión, la música pop, las novelas detectivescas, los antedichos cómics y el celuloide. Ha sido nominado en diversas ocasiones para el Premio Nobel.

HISTORIA DE UN MANUSCRITO

Es la Edad Media y corre el invierno de 1327, bajo el papado de Juan XXII. El monje franciscano Guillermo De Baskerville y su joven discípulo, Adso De Melk, llegan a una abadía benedictina famosa por albergar una impresionante biblioteca (“la mayor de la Cristiandad”), ubicada en los Apeninos septentrionales italianos. Guillermo debe organizar un concilio entre los delegados del Papa y los líderes de la orden franciscana, en el que se discutirá la supuesta herejía de la pobreza apostólica propugnada por una pequeña secta de la orden franciscana: los espirituales. La celebración y el éxito de dicha reunión se ven amenazados por una serie de muertes que los supersticiosos monjes relacionan con algunos pasajes del Apocalipsis de San Juan.


A partir de estos cimientos, la novela reconstruye con detalle la vida cotidiana en la abadía y la rígida división horaria de la vida monacal, articulándose sus capítulos al dividírsela en siete días -y éstos en sus correspondientes horas canónicas: maitines, laudes, prima, tercia, sexta, nona, vísperas y completas. El empeño puesto en lograr un ambiente adecuado permite al autor hacer uso, en repetidas ocasiones, de citas en latín, especialmente en las conversaciones eruditas entre los monjes.

Según narra la introducción, El Nombre De La Rosa se basa en un manuscrito que fue a parar a manos del autor en 1968: Le Manuscript De Dom Adson De Melk. Se trata de un libro escrito por un tal “abate Vallet” encontrado en el monasterio de Melk en Austria, a orillas del Danubio. El supuesto libro -que incluía una serie de indicaciones históricas insuficientes- afirmaba ser copia fiel de un manuscrito del siglo XIV. La historia está narrada en primera persona por el ya anciano Adso, quien desea perpetuar un registro de los sucesos que presenció siendo joven en la mentada abadía benedictina. En uno de sus apuntes, Eco comenta una curiosa dualidad del personaje: el anciano de ochenta años es quien narra los sucesos acaecidos en los que intervino él mismo, cuando era un joven de dieciocho años. “El juego consistía en hacer entrar continuamente en escena al Adso anciano, que razona sobre lo que recuerda haber visto y oído cuando era otro Adso, un adolescente. Este doble juego enunciativo me fascinó y me entusiasmó muchísimo”.

En 1985, Umberto Eco publicó Apostillas A ‘El Nombre De La Rosa’, suerte de tratado de poética, en el que comentaba cómo y por qué escribió la novela. Dicho manual aporta pistas que ilustran al lector sobre la “génesis” de la obra, aunque sin develar los misterios que se plantean en ella. El título se le había ocurrido casi por casualidad, la figura simbólica de la rosa resultaba tan densa y llena de significados que, como dice, “ya casi los ha perdido todos: rosa mística, y como rosa ha vivido lo que viven las rosas, la guerra de las dos rosas, una rosa es una rosa es una rosa es una rosa, los rosacruces, gracias por las espléndidas rosas, rosa fresca toda fragancia...”. Para Eco, esa carencia de significado final, debida al exceso de significados acumulados, respondía a su idea de que el título “debe confundir las ideas, no regimentarlas”.

El gran éxito de crítica y la popularidad adquirida por la novela llevó a la realización de una bastante mediocre versión cinematográfica, dirigida por el francés Jean-Jacques Annaud en 1986, con Sean Connery como el franciscano Guillermo De Baskerville y un adolescente Christian Slater caracterizando al benedictino Adso. Cabe acotar que la figura de Jorge Luis Borges circula por El Nombre De La Rosa encarnada en el personaje de Jorge de Burgos, (ambos son ciegos, “venerables en edad y sabiduría” y de lengua natal española). El Nombre De La Rosa ganó el premio Strega en 1981 y el Premio Médicis Extranjero de 1982, entrando en la lista Editors' Choice de 1983 del New York Times.


CENIZAS DEL SABER
 
El Nombre De La Rosa nos muestra cómo la búsqueda de la Razón y la Verdad es una necesidad del ser humano, así como tener un concepto esclarecido de quién es Dios y cuál es la imagen que proyectamos de Su divina personalidad. El Conocimiento y la Razón son una luz que ilumina nuestro ser y se manifiesta por esta entidad infinita e inmutable. Por medio de la teología, complementamos su concepto real. Los signos que evocan elementos apocalípticos -llenos de lenguaje simbólico- nos remiten a todo aquello que se estaba experimentando en la vida religiosa de los monjes en la abadía.

La biblioteca representa el centro del conocimiento de todo aquello que se ha escrito y que se ha guardado como parte del patrimonio de la Humanidad. Pero, de otro lado, también es utilizada por aquellos que no quieren transmitir este conocimiento por tener un concepto distorsionado de la cultura -por ello, prefieren esconderlo y llegar al extremo de cometer atrocidades para no revelar aquello que consideran perjudicial para sus propios intereses. El tema de la búsqueda de la Verdad y el anhelo de explorar aquello que se considera “prohibido” trae consecuencias funestas para los que quieren leer y asimilar lo que estaba escrito en las páginas del perdido tratado de Aristóteles. El tópico de lo prohibido es un punto importante dentro de este clásico de la novela policial, por vincularse/remontarse a una época muy controversial en cuanto al poder político y religioso que venía gestándose.

En aplicación de su propia teoría literaria, El Nombre De La Rosa es una opera aperta, (“novela abierta”), con dos o más niveles de lectura. Llena de referencias y de citas, Umberto Eco pone en boca de los personajes multitud de citas de autores medievales. El lector “ingenuo” puede disfrutarla a un nivel elemental sin comprenderlas. Prosigue Eco: “...después está el lector de segundo nivel que capta la referencia, la cita, el juego y por lo tanto sabe que se está haciendo, sobre todo, ironía”. Pese a ser considerada una novela difícil, por la cantidad de citas y notas al pie de página -o quizás justamente por eso-, la novela resultó ser un auténtico éxito comercial. El autor ha planteado al respecto la teoría de que quizás haya una generación de lectores que desee ser desafiada, que busque aventuras literarias más exigentes.

La gran repercusión de El Nombre De La Rosa provocó que alrededor de ella se editaran miles de páginas de crítica, centenares de ensayos, libros y textos de monografías. Incluso, existió en los 80s un grupo español ambient prog bautizado como Finis Africae (el sancta sanctorum de la biblioteca benedictina). La publicación de Apostillas... fue muy comentada, dado que en los trabajos anteriores de Eco como ensayista había defendido el papel del lector como intérprete del texto, y postulaba que el autor debía desaparecer, escindirse de la obra tras su publicación. Para el italiano, la novela debe ser una “máquina de generar interpretaciones” y no corresponde al autor facilitarlas.

Es probable que El Nombre De La Rosa sea una de esas obras literarias que todo bibliotecario debe haber leído. Nos hallamos ante una novela estupenda, en la que la trama se desarrolla y gira en torno a una abadía y su biblioteca. En ella se encuentra un libro que es capaz de matar durante el transcurso de su lectura. Umberto Eco juega entonces con las ideas de un volumen muy codiciado, a pesar de que -según afirma su principal detractor religioso- podría corromper el espíritu humano, siendo capaz de asesinar a quien lo lea. Este último es uno de los planteamientos más ingeniosos de la novela.

Podríamos concluir aseverando que el verdadero devoto de la creatividad sabe que no hay conocimiento único, y si hemos “tocado fondo” en el abismo de la irracionalidad, es para elevarnos más alto en la cumbre. Es importante reconocer que no hay verdades últimas pero sí corazonadas, no hay dogmas pero sí formas únicas e irrepetibles de vivir y percibir la vida. No darse cuenta del profundo misterio de todas las cosas, es negar el conocimiento. Esto equivale a negar la naturaleza, la animalidad divina del homo sapiens, que se asombra y admira de sí mismo y de la existencia -asombrado del amanecer, de la respiración y la planta, que se cuestiona sobre el origen del viento; admirado por las miríadas de estrellas... consternado por el dolor de la Tierra, que llora y enferma por la insensatez de sus hijos.

Jorge Antonio Buckingham
 

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